Se quedó el regusto amargo de la ausencia
prendido en la solapa del olvido,
aunque el tiempo
haya arrastrado aquel recuerdo,
cual resaca de crecida,
hasta un rincón del alma.
Y se quedo el silencio,
adormecido,
mientras las grúas impotentes
estiran sus pescuezos de jirafas,
oteando el horizonte,
queriendo ver mas lejos.
Y así, sin más, terminamos el libro.
Alisamos las páginas marcadas
y lo ponemos con cuidado en el estante…
Por si tal vez…
O, por si acaso…
Un día…